CAPITULO III
LA SUGESTIÓN
COMO MÉTODO EXPERIMENTAL
a expresión "método
experimental" puede
ser tomada en un amplio sentido y en un
sentido restringido. Tomada en su sentido amplio, puede comprender todo
procedimiento consistente, para la observación, en modificar el objeto de la
observación y en provocar fenómenos que no se hubieran manifestado sin eso. No
nos preguntamos aquí si el observador puede gobernar a su capricho las
modificaciones provocadas o si las consecuencias de su intervención se
encuentran completamente substraídas a su poder. Tomada en su sentido
restringido, significa que el único procedimiento experimental es aquel en que
el experimentador tiene en su potencia, no tan sólo su voluntad misma que
provoca modificaciones externas, sino también los objetos sobre que obra esa voluntad,
de modo que pueda aplicar los métodos característicos del procedimiento
experimental, la eliminación de las condiciones y la gradación de los
fenómenos. Muy particularmente en las ciencias exactas, la física, la
química, y hasta en estos últimos tiempos en la fisiología, es donde se han
aplicado, y a justo
título, a esta última manera de proceder
únicamente el nombre de método experimental. Una influencia ejercida, donde no
podrían gobernar seguramente las circunstancias concomitantes, puede conducir a
resultados nuevos, pero sólo lo puede en suma en la medida en que lo hace la
simple observación no acompañada de experiencia, Está privada de las
particularidades, gracias a las que, la experimentación propiamente dicha,
llega, incomparablemente más rápida y más segura que la simple observación, a
encontrar las causas y las leyes de los fenómenos. Cuando un mineralogista
rompe una piedra desconocida, a fin de ver si oculta otros minerales conocidos,
o cuando el fisiólogo hiere el cerebro de un animal, a fin de ver cómo se
conduce luego, no se da a esos hechos el nombre de experiencia en el sentido
restringido y esencial de la palabra, sino que se consideran todo lo más esos
ensayos como prácticas preliminares que, bien valuadas, podrían conducir a verdaderas
experiencias.
A estos puntos de vista, válidos para todos
los dominios bastante exactamente delimitados, viene a unirse, cuando se trata
de psicología, otro que fija a la experimentación propiamente dicha limites más
estrechos todavía. La experiencia psicológica tiene relación con un cierto
contenido de la conciencia, ya sea la del mismo observador ya sea la de otro
individuo. Podemos limitarnos a observar simplemente las modificaciones
objetivas producidas en los actos externos por una acción sobre la conciencia,
o bien podemos agregar la observación de los fenómenos subjetivos que se manifiestan en la
conciencia. Pero el primer procedimiento no puede ofrecer más que conclusiones
dudosas. El observador está obligado, en ese caso, a medir los fenómenos por
los de su propia conciencia: Mas puede suceder, y el caso se ha presentado
infinidad de veces, que haga mal la evaluación, en el sentido de que ligará los
hechos observados no a los fenómenos subjetivos con los cuales se relacionan
realmente, sino a otros que pueden tener síntomas objetivos análogos por
accidente. A cada paso que la psicología experimental ha tratado de dar en el
análisis de los hechos psíquicos, se ha comprobado más claramente que la forma
más importante y más fructuosa de la experimentación psicológica es aquella en
que la conciencia, que se encuentra sometida a la acción experimental, es al
mismo tiempo el objeto de una observación personal, cuidadosa y
frecuente. Este hecho, en desquite, se encuentra en correlación con la aserción
inversa según la cual la verdadera observación personal no puede dar resultado
más que en la vía de la experimentación. Se ha demostrado con bastante
frecuencia cuan errónea era la opinión de la antigua psicología que creía que
bastaba simplemente encerrarse en la soledad y dirigir la atención al yo propio,
para encontrarse en estado de observar los hechos de conciencia con tanta o
hasta mayor exactitud que no se hace por el establecimiento y el desarrollo de
los fenómenos naturales externos. Es tan corriente que en semejante caso, es
decir, cuando el sujeto que observa y el
objeto
que es observado se confunden, que la
observación esté mal delimitada, y que jamás se experimente lo que se desearía
verdaderamente experimentar, que es superfluo que nos detengamos en este punto.
Pero igualmente es cierto que ocurre cosa muy diferente cuando ponemos una
conciencia en estado de sufrir una accioón experimental La experiencia sólo
permite llevar un estado de conciencia determinado a la forma próxima donde,
bajo la influencia de una acción externa dada, se ha manifestado ya, y esto
repitiendo la misma acción en circunstancias exteriores idénticas; únicamente
así permite comprobar con una exactitud cada vez mayor los hechos que
caracterizan ese momento. El dominio de la experimentación cronométrica es
sobre todo el que en psicología está lleno de esas observaciones personales que
hace únicamente la experiencia. Esas observaciones, por su ligazón con las
condiciones experimentales, exteriores y variadas, ofrecen entonces resultados, los cuales sin embargo no
poseen un valor psicológico sino en la medida en que fuerzan la observación
personal a responder a una pregunta precisa. Recuerdo las experiencias hechas
sobre la extensión de la conciencia, el sentido de la duración, las formas de
la reacción, diversas según las condiciones subjetivas, las oscilaciones
periódicas de la atención, las leyes cualitativas y cuantitativas de las
asociaciones, etc., etc.
Puede decirse, pues, que la experiencia mejor
será aquella en que la observación personal desempeña el papel preponderante, y
en la que la acción experimental externa sólo tendrá el valor de un
medio capaz de hacer posible la observación personal y para registrar algunos
de sus resultados. Si, en la experimentación psicológica, igual que en la de
las ciencias naturales, los resultados adquiridos pueden, según la regla,
traducirse en valores numéricos, este es tan sólo un punto accesorio, aunque
inevitable. Considerados en sí, los números no tienen ningún valor; lo mismo ocurre
con el hecho de que un cuerpo químico contenga tanto por ciento de carbono,
cuando se le considera aisladamente y hecha abstracción de las leyes de
combinación y de las relaciones ordenadas entre ese cuerpo y los otros. Los
números pueden servir para encontrar leyes y aplicar algunas de ellas sacadas
de los hechos. Pero en último caso, jamás constituyen el objeto de una ciencia
que debe dar explicaciones.
Nada caracteriza mejor que el hecho siguiente
la ignorancia invencible, con respecto a la naturaleza de la experiencia
psicológica, de que dan prueba los mismos que se ocupan de psicología: un
hombre versado en la psicología del hipnotismo pretendió aplicar a ésta el
nombre de "psicología experimental", y al dominio entero del método
experimental, tan sólo posible con un ejercicio prolongado de la observación
personal, el nombre de "psicología numérica". Lo mismo se podría, o
poco menos, llamar a la alquimia, química experimental, y en cambio, a la
química científica desde Lavoisier, "química de balanza". Decir que
los alquimistas han hecho experiencias y no se han servido sino muy poco o nada de la balanza, es tan exacto como decir
que la química contemporánea no puede hacer nada sin ella. Igualmente es verdad
que los hipnotizadores experimentan y que los hombres que se ocupan de la
psicología, parte de la psicofísica, toman medidas.
Se pasa simplemente en silencio una pequeña
particularidad: los químicos que pesan y los psicólogos que miden experimentan
igualmente, y la cuestión de saber cuál de los métodos experimentales es mejor,
es decir cuál, en el caso presente, ofrece más pormenores sobre los hechos de
conciencia, es más importante que la de saber si se toman medidas o si no se
toman. He oído con frecuencia a los hombres que tratan del "método introspectivo"
preguntarse si un hecho psíquico duraba algo más o menos que otro, si los dos
diferían más o menos por su extensión, y concluir que todo esto venía a ser
indiferente en el fondo. Doy del todo la razón a esos filósofos y hasta voy más
lejos: pienso que ciertos hechos, como el alejamiento del sol de la tierra, o
la velocidad de la luz, o el equivalente mecánico del calor, y otras cosas
análogas, tomados en sí mismas y consideradas aparte de sus relaciones con
otros hechos a los cuales se encuentran ligadas por leyes numerosas, no
deberían interesarnos. Si la psicología experimental tuviese por único fin
establecer cifras, valdría más realmente emplear esa fatiga en cualquier otro
objeto, por ejemplo en el perfeccionamiento de las máquinas de coser. Pero lo
que prueba que no es de eso de lo que se trata, es que, según mis propias
comprobaciones, personas,
desde luego bien dotadas y de una cultura
científica muy avanzada, y a las cuales no sería difícil hacer observaciones y
experiencias prácticas en tal o cual dominio de las ciencias naturales, no
llegan nunca a hacerlas en psicología. La causa está en que carecen de las
cualidades exigidas para la concentración de la atención y de la observación
personal, y sobre todo de la potencia para renovar de un modo aproximado y en
circunstancias idénticas ciertos estados de conciencia. Sin embargo yo quisiera
recomendar la práctica de la psicología experimental, hasta a mis colegas en
psicología, que tienen todavía en menos estimación que yo las cifras y que no
sienten ninguna inclinación a estudiar los verdaderos problemas experimentales.
Él método que aplicaran al ejercicio de su atención y de su observación
personal no podría por menos que servir de apoyo a su manera de practicar esta
observación personal. Quizás hasta aprenderían entonces por primera vez lo que
se entiende realmente por observación personal. ¿Hasta qué punto pues la sugestión
personal responde a las exigencias de una experiencia psicológica? Es claro
que las influencias sugestivas, tanto las que introducen la hipnosis como las
que dan origen a fenómenos determinados durante el estado hipnótico o después
del despertar, pueden ser llamadas con el nombre de "procedimiento
experimental" en el sentido amplio de la palabra indicado al
principio de estas consideraciones. No es menos evidente tampoco, por una
parte, que el carácter de un método experimental, entendido en el sentido restringido
de
la palabra y tal como lo han comprendido las
ciencias naturales no podría convenir a esos procedimientos más que con límites
muy estrechos; y por otra, que esos procedimientos están desligados, en tanto
que experiencias psicológicas, de lo que constituye el valor real de éstas, a
saber, de la introducción de una verdadera observación personal; aun más, que precisamente
la observación personal ordinaria es la que falta en los casos más interesantes
de la hipnosis profunda, a causa de la amnesia que reina en ella.
Si las experiencias de sugestión están
privadas de ese gobierno voluntario del objeto, que es siempre el signo
distintivo de la experimentación propiamente dicha, la causa radica en la
naturaleza misma del sujeto. El éxito de la sugestión que conduce a la
hipnosis, depende de circunstancias que el experimentador no podría gobernar.
Tampoco está en su poder el saber si el dueño será ligero o profundo; si, por
lo tanto, los síntomas negativos se manifestarán, o bien los síntomas positivos
de la obediencia automática y de la alucinación. La destreza sin duda, permite
llegar a un grado más elevado de certidumbre; pero la destreza engendra
igualmente la tendencia hacia la repetición uniforme de los mismos fenómenos,
si bien en semejante caso las últimas pruebas añaden rara vez algo nuevo a las
primeras. Además, las influencias ejercidas, a consecuencia del carácter propio
de los fenómenos hipnóticos, siguen una marcha muy uniforme. Cualquiera que se
halle al corriente de la literatura del
hipnotismo sabe que,
cuando se ha obtenido el conocimiento de
cinco o seis observaciones que respondan a los diferentes grados del estado y
de sus efectos subsiguientes, silos conoce todos; los restantes sólo ofrecen la
repetición de un solo y mismo esquema, girando en un circulo de modificaciones
ligeras de las circunstancias externas. Las influencias ejercidas gracias a la
sugestión se mantienen en todas partes en los mismos límites de influencias,
sobre las cuales se tiene poco imperio y no podrían hacerse variar de un modo
esencial, y esas influencias pueden ser ejercidas también sobre el ensueño
normal.
Para penetrar más profundamente en el
conjunto de los hechos de conciencia de la hipnosis, se ha ensayado, en
diferentes ocasiones, el hacer intervenir al lado de la sugestión, a otras
influencias capaces de obrar experimentalmente sobre la conciencia del hombre
despierto, a fin de unir de este modo la experiencia psicofísica con la
sugestión. Pero en esos ensayos es donde se manifiesta más claramente el
defecto característico de la hipnosis, es decir, la ausencia total de
observación personal o su ejercicio muy incompleto; pues aunque fuese posible
al sonámbulo dar cuenta hasta un cierto punto de lo que percibe o siente, no
por eso sería menos dudoso que fuese capaz de la concentración de la atención
que exige la observación personal propiamente dicha. Tampoco se tiene el medio
de describir basta qué punto una concentración de ese género se verifica,
puesto que la amnesia viene con el despertar y que, por consiguiente, el mismo
sonámbulo no se
halla en estado de dar, durante la vigilia
consciente, detalles, ya sea a él, ya sea a otros, sobre el estado precedente.
Las experiencias hechas hasta ahora durante
la hipnosis se refieren, en parte, al tiempo que emplea la reacción para
responder a las impresiones sensoriales, en parte, a la manera de ser de las
alucinaciones sugeridas con relación a ciertas influencias luminosas que, en el
estado de vigilia consciente, modifican o la naturaleza de las sensaciones o la
proyección de las representaciones subjetivas en el espacio. Respecto al primer
punto, las experiencias de Stanley Hall, de W. James y de Beaunis ofrecen. una
verdadera maraña de datos contradictorios de los que, cuando más, se podría
deducir que los ensayos de ese género no pueden, en general, dar un resultado
práctico. Stanley Hall encontraba que el tiempo de la reacción era disminuido
en una mitad; James encontraba lo contrario y lo consideraba como aumentado en
el doble; Beaunis obtenía resultados variables, pero creía que, durante la
hipnosis, el tiempo de la reacción podía ser restringido. El que conoce las dificultades
que presenta la fijación concordante y práctica del tiempo de la reacción, no
reconocerá absolutamente ningún valor a esas evaluaciones; pero en suma será de
opinión que en las circunstancias actuales, es imposible hacer ensayos
prácticos, dado que las condiciones subjetivas faltan lo mismo que en las
experiencias hechas sobre personas atacadas de enfermedades mentales o sobre
idiotas.
Las experiencias hechas sobre la proyección
de las alucinaciones están en posición algo mejor. Sin embargo, también aquí,
las contradicciones de las diferentes observaciones, igual en la cuestión de
los fenómenos mismos que en la de su explicación, muestran con bastante
claridad cuan poco a proposito es el estado sonarnbúlico para dilucidar las
cuestiones planteadas. Así es como Binet y Feré que entremezclaron sensaciones
luminosas sugeridas, creyeron poder comprobar que las mezclas de esta
naturaleza se conducían como las mezclas de colores hechas por la vía física.
Cuando, por ejemplo, hacían aparecer por sugestión, dos papeles realmente
blancos, uno rojo y el otro verde, la persona sometida a la experiencia
pretendía ver blanca la imagen resultante de la superposición de los dos.
Llegaban, con ayuda de un prisma, a divisar una imagen sugerida en dos imagines
dobles y, con ayuda de una lente, a modificar su grandor aparente, etc. En
cambio Bernheim no llegaba de ningún modo a observar mezclas de sensaciones
sugeridas en el movimiento rotatorio de los colores; por el contrario, a
consecuencia de la rotación, las sensaciones sugeridas se desvanecían
regularmente. No obstante, con ocasión de las proyecciones hechas con ayuda del
prisma se comprobó que el transporte de las imágenes hacia el exterior seguía
exactamente las mismas leyes que la proyección de las imágenes retinianas en el
estado de vigilia. A ese respecto, pues, las experiencias hechas en los
sonámbulos nada nos han enseñado que no se pueda comprobar también en las
alucinaciones del estado de vigilia
consciente o, más sencillamente todavía, en las copias de las imágenes. Por el
contrario, demuestran cuan difícil es establecer, durante ese mismo estado,
relaciones tan simples, y ponen de manifiesto de un modo evidente, la
tendencia, fácilmente suscitada en casos semejantes, de ornar el estado
sonambúlico con potencias propias y maravillosas. Así es cuino Lombroso
considera las alucinaciones hipnóticas como "proyecciones fuera de los
movimientos moleculares de la retina, ocasionados por el objeto dioptrico de
los medios del ojo"; en otros términos: el hipnotismo poseería la facultad
maravillosa de enviar, de sus ojos, rayos luminosos al espacio externo (!) (*).
Schmidkumz parece dar la preferencia sobre esta opinión a la de una
"proyección no óptica sino material, por emisión de corpúsculos", y
según él será preciso" considerar esta emisión como dependiendo
estrechamente de los hechos psíquicos y, correlativamente, de los hechos
fisiológicos" (**). Si estos observadores se hubiesen tomado el trabajo de
estudiar las leyes que sigue la proyección, leyes que los psicólogos conocen
bien, habrían notado que las alucinaciones hipnóticas se conducen absolutamente
como todas las representaciones visuales subjetivas que proyectamos hacia
afuera. ¿ Pero para qué fatigarse? De una vez para siempre, el
hipnotismo, a los ojos de esos autores, es una ciencia misteriosa para la cual
es
preciso admitir, desde el principio, que las
leyes ordinarias de la óptica y las condiciones corrientes de la percepción
sensible no tienen ningún valor.
(*) Lombroso,
Congreso
internacional de Psicología fisiológica.
(**) Schmidkumz Psycologie der
suggestión.
En presencia de esos resultados muy reales de
las experiencias de sugestión, no me seria posible compartir la opinión de los
psicólogos, que ven en la sugestión el recurso más precioso de la psicología
experimental, y se prometen llegar, por la práctica de este método, a progresos
inesperados en nuestros conocimientos psicológicos. Ha de declarar "la
naturaleza profunda de la personalidad, la psicología, no tan sólo de la
actividad voluntaria, sino también de la sensibilidad, de la voluntad y de sus
motivos de acción", autoriza en fin, en esta via, la esperanza de
conseguir más tarde conclusiones que no se sospechan hoy. Ciertamente, no
pretendo negar que
la obediencia automática a las órdenes no ofrezca un testimonio preciso en
favor del desarrollo de los actos voluntarios compuestos de actos simples; pero
antes que la hipnosis nos lo haya enseñado, el conocimiento de ese desarrollo
existía ya. Lo que prueba suficientemente lo poco que el hipnotismo en sí y por
sí puede ayudarnos en este punto, son todas las explicaciones apenas esbozadas
y según las cuales todos esos fenómenos no son más que reflejos y se encuentran
de este modo lanzados fuera del dominio de la voluntad. El que carece de
antecedentes respecto a los fenómenos fundamentales de la vida psíquica, porque
no los ha adquirido con una observación personal basada sobre
procedimientos exactos de experimentación,
deducira
difícilmente conclusiones de la observación
de los letárgicos y de los sonámbulos, y de sus testimonios. Será pues
necesario deducir los efectos de las sugestiones hipnóticas de los
conocimientos adquiridos por otra vía.
Las teorías de la psicología del hipnotismo,
establecidas en ese terreno y riladas más arriba, así como los ensayos de
experimentación que acabamos de mencionar, nos ofrecen ejemplos poco
satisfactorios de lo que puede resultar del procedimiento inverso, que consiste
en deducir la psicología de los efectos de la sugestión. Sin embargo ¿qué hay que
decir en suma cuando, en Francia, y ateniéndose a los modelos franceses, en
Alemania, ciertas "sociedades de psicología experimental" tienen por
idénticos el hipnotismo y la psicología experimental? Que si nos atenemos
firmemente a la acepción restringida de la expresión de método experimental,
tal como se ha formado en las ciencias exactas, y tal como puede ser
transportado también a una psicología que, gracias a los recursos que le
ofrecen las ciencias exactas, permanece en los límites modestos que le oponen
la dificultad del asunto, y en las condiciones particulares fijadas por las
exigencias de una observación personal exacta, si nos atenemos, digo, a esta
acepción, la sugestión no tiene ningún derecho al título de procedimiento
experimental.
Se podría preguntar, sin duda, si tampoco
tendría derecho la sugestión a entrar en juego como simple medio de ayuda, al
cual vendría entonces a añadirse
un procedimiento más exacto. Pero los ensayos
hechos hasta hoy no permiten la esperanza de obtener un resultado por esta vía,
resultado que se encuentra, además, más que puesto en entredicho ya, por la
imposibilidad de una observación personal exacta. Ciertamente, los estados
hipnóticos, lo mismo que el sueño y el ensueño, las enfermedades mentales y los
otros estados anormales, despertarán el interés del psicólogo; pero aquí, como
en lo anterior, habrá primeramente que explicar lo anormal por los hechos de la
conciencia normal, conocidos y capaces de un método exacto, a fin de obtener,
cuando sea oportuno, comprobaciones que podrán servir para los resultados
obtenidos por otra vía.
A este respecto, el hipnotismo tiene tanto,
pero no más valor, que el ensueño y la enfermedad mental. Más aun, las formas
de esta última, tan sorprendentemente varias en sus causas y sus fenómenos,
podrían ofrecer a la psicología futura, para la explicación de lo normal por lo
anormal, materiales más ricos y más fecundos que los que le ofrece la hipnosis
tan uniforme en sus causas y sus fenómenos. Mas lo mismo que no se puede tratar
de experiencias exactas a las influencias ejercidas arbitrariamente sobre el
ensueño y a la introducción de alucinaciones por medio del haschisch, el
cloroformo u otros productos análogos, tampoco se puede contar la sugestión en
el número de los procedimientos experimentales en el sentido real de la
palabra.
En todos estos casos, se trata de estados
arbitrariamente engendrados, y, en todo estado de
causa, de estados anormales provocados experimentalmente según el sentido
amplio de la palabra. Pero como esos estados, en su desarrollo ulterior, pueden
también ser sometidos a una influencia experimental, que sean entregados en
substancia a la simple observación, sea subjetiva, sea objetiva. En ese
sencuando menos de una manera accesoria, es preciso tido, el hipnotismo es ante
todo, por la parte importante de sus manifestaciones, del dominio de la
psicología que observa, y no de la que experimenta, dado que para él, las
condiciones de la observación se encuentran estrechamente delimitadas por una
observación personal insuficiente o acaso nula.
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