CAPITULO IV
VALOR PRÁCTICO DEL HIPNOTISMO
i, ateniéndome a todo esto, no
puedo conceder al hipnotismo el valor extraordinario que sus admiradores le reconocen en
psicología, creo en cambio que posee desde otro punto de vista, hablo de la
medicina, un valor que no se debería desconocer. Cualquiera que haya leído la
descripción detallada y que tiene perfectamente el carácter de un objetivismo
razonado, del director actual de la escuela de Nancy, Bernheim, a la cual se
ligan señaladamente los resultados obtenidos por Forel, en Zurich, y por
Wetestrand, en Estokolmo; el que la haya leído, digo, no podrá substraerse a la
idea de que aquí se trata, en realidad, de la adquisición de un método
terapéutico de una importancia extraordinaria. Este método proporcionará tantos
más servicios cuanto mejor se combine con una medicación racional por otra
parte, y se desembarace de las nubes del antiguo mermerismo que aun se notan
aquí y acullá, como Bernheim lo supo hacer mejor que nadie. La terapéutica
sugestiva, por la misma naturaleza de la cosa, está limitada,
en su parte esencial, a las perturbaciones
funcionales; pero esto no le quita nada de su valor y deja suficiente campo a
su aplicación, cuando se piensa en el número de existencias que están
atormentadas por enfermedades graves de las funciones nerviosas. Además, los
efectos secretores y vasomotores de la sugestión permiten siempre obrar sobre
las funciones nutritivas, y las consecuencias de esta acción se extienden más
allá del dominio de los efectos funcionales inmediatos.
Cuanto más valor le reconozco a la
terapéutica sugestiva y mayor extensión le deseo para el bien de la humanidad
doliente, más temor también siento de que, el celo excesivo de los aficionados
a la hipnotización y de aquéllos que admiran de lejos el hipnotismo, dificulten
su extensión a los diferentes círculos de la medicina; pues esos hombres creen
haber encontrado en la sugestión, no tan sólo un remedio contra todas las
enfermedades morales de que sufrimos, si no también la gran palanca del
progreso de la civilización, destinada a elevar a la humanidad a un estado
desconocido hasta ahora. Piden que se la introduzca antes que todo en la
educación y la ¡atracción. Según los dichos de los pedagogos del hipnotismo,
para hacer de sus hijos hombres de una excelente moralidad, se reclamará desde
ahora al hipnotizador. Este sugerirá al niño, que sea, en lo sucesivo, bueno y
obediente, hasta que la cualidad deseada se haya fijado suficientemente en su
carácter. En caso de recaída, se reanudará la cura sugestiva. Más aun, no es
imposible
que, con paciencia bastante, no se
perfeccionen por sugestión las facultades intelectuales. En todos los casos, se
deja entrever que por esta via los métodos serán notablemente facilitados y simplificados.
El primer conocimiento que se exigirá en los siglos venideros, del candidato al
profesorado, será el de la hipnotización.
Pero esta aplicación de la sugestión a la
educación de la juventud no nos da todavía más que una ligera idea de los
grandes problemas que resolverá en el dominio de la cultura intelectual del
porvenir. Los . tribunales tendrán un aspecto absolutamente nuevo. El culpable
no abandonará la cárcel sin haberse enmendado, como ahora ocurre; sino que, a
consecuencia de la sugestión, saldrá completamente saturado de moral, hasta el
punto que en el siglo XX se podrá ir, preferentemente, en busca de domésticos a
las cárceles. Pues para ese tiempo, los guardianes de las cárceles necesitarán,
ellos a su vez, antes de desempeñar el cargo, someterse a un examen que
permitirá averiguar sus conocimientos sobre hipnotización. Su ocupación
principal consistirá en quitar primeramente, por sugestión, a todo culpable las
malas inclinaciones que le valieron el castigo, y una vez obtenido ese resultado,
sugerirle un modo de existencia virtuoso. La pena se encontrará de este modo
restringida en proporciones enormes; pues como lo aseguran, "un
encarcelamiento de una hora, corroborado por una feliz sugestión, responderá
acaso mejor a los fines de la justicia que un encarcelamiento de por vida sin
sugestión". No será tan sólo
la misión del guardián, sino también la del
juez la que se modificará. ¿ Quién querrá exponerse a los peligros del falso
testimonio, cuando se sabe que un hipnótico contesta sin rodeos a la pregunta
que se le hace? Pues bien, no hay más que hipnotizar a diestro y siniestro,
primeramente al acusado, después a los testigos, y, si es preciso, a los
jurados, puesto que en el estado de clarividencia, se emiten, sin duda,
opiniones más juiciosas que en el estado de conciencia ordinaria (1).
En verdad, no se puede evitar en absoluto
pensar, que los malhechores también se ocuparán de hipnotismo y que harán
realizar delitos a los sonámbulos, o que podrán, por medio de la sugestión,
transformar a inocentes en culpables presuntos. Pero se nos tranquiliza.
"Si esta lucha entre los culpables y la justicia recuerda la de la coraza
con el cañón, las más grandes probabilidades sin embargo se encontrarán en
favor de la justicia, porque ésta tiene a su disposición todos los recursos de
la psicología transcendental", cuando esos recursos no existen para el
culpable que hipnotiza sin método, en el estado fragmentario (2).
Pero todo esto no es más que una pequeña
parte de la tarea "del hipnotismo al servicio del Estado y de la
humanidad". Sólo señalaré ligeramente su papel en el arte. Se declara
admisible que los trabajos artísticos "desde la destreza del acróbata
hasta las producciones menos materiales del trabajo del artista" son
posibles durante el estado de hipnosis profunda. Aun más, las más nobles producciones
del arte creador se han debido siempre, según
lo que dicen las autoridades en hipnotismo, al sonambulismo espontáneo, bajo la
influencia de una autosugestión. ¿Qué no estaríamos con derecho a esperar del
arte, el día en que el hipnotismo fuese aplicado con un fin artístico, de un
modo no ya excepcional y accidental, sino continua e intencional? En la
historia de la civilización, el hipnotismo tiene, bajo dos conceptos
diferentes, un alcance inmenso: por una parte, como resulta claramente de lo
que precede, operará una revolución total en nuestra cultura intelectual y
moral; por otra parte, lanzando de pronto la mayor claridad sobre los sucesos
históricos, dudosos u obscuros basta aquí, hará de la magia y de la brujería,
consideradas primeramente como errores de la superstición, hechos reales e
importantes que con el nombre de "sugestión mental", se encontrarán
contadas entre las influencias directas ejercidas por un espíritu sobre otro.
Las leyendas y los mismos cuentos, que una crítica racional había expulsado de
la historia, serán elevados a la altura de hechos dignos de fe. Cuando, por
ejemplo, en los cuentos de la Bella durmiente del bosque, los habitantes
del castillo caen, en una posición, tomada en un sueño de que les despierta el
hijo del rey, se nos dice que el hecho "encuentra una explicación nueva,
por una parte, en las posiciones catalépticas de ciertos soldados caídos en el
campo de batalla, por otra parte, en el fenómeno de la doble conciencia".
En fin las causas de los sucesos históricos se colocarán simplemente, en lo
porvenir, bajo el rótulo de sugestión, y los
historiadores tendrán en adelante por principal deber el de determinar como se
han producido las sugestiones de las masas, a las cuales se han de achacar los
acontecimientos históricos más importantes.
Pero según esos apóstoles, todas esas
ventajas temporales del hipnotismo serán por último excedidas por las ventajas
religiosas. Se considera como establecido que la existencia de la sugestión
mental prueba la inmortalidad, que las revelaciones de todas las religiones
reposan igualmente sobre la sugestión hipnótica, que en fin la historia entera
de la religión es, de cierto modo, una especie de relato prehistórico del
hipnotismo. Entre "el don de lenguas" de que los apóstoles dieron
prueba el día de Pentecostés, y el caso en que alguien, a consecuencia de una
sugestión, vuelva a hablar una lengua olvidada, no hay, en efecto, más que una
ligera diferencia, y como la sugestión mental puede hasta, en ocasiones
determinadas, insuflar "una ciencia y un poder nuevos" al hipnótico,
no hay ninguna diferencia en suma entre los dos casos. "Si, además notamos
como, en el hipnótico, una cosa que sólo le pertenece a titulo de palabra y de
pensamiento, se expresa materialmente, por ejemplo en un estigma, bien podemos
formarnos la idea de que en otras circunstancias una palabra o un pensamiento,
un verbo (Logos) puede materializarse, puede hacerse carne." Así,
puesto que nos es preciso considerar la creación entera como una realización de
los pensamientos de Dios, también la creación, ella misma, caerá finalmente bajo la noción de sugestión. ¡ Pues
tocias las sugestiones son "realizaciones de ideas!"
No se supondrá, indudablemente, que invento
todas esas cosas. Se encuentran en parte textualmente, en parte, por lo menos
según el sentido, en los escritos "de los psicólogos de la
sugestión", en las obras que tratan de este asunto con la apariencia y el
aparato exterior de una exposición científica seria, en libros escritos para
los psicólogos y los que quieren serlo.
Es inútil detenernos más en esos fantasmas de
una ciencia que se ha convertido en locura. En cambio no me parece superfino
conceder todavía algunos instantes de atención al reverso de esta medalla
caprichosa de lo porvenir, Si la hipnotización v la sugestión asi como lo piden
los apóstoles del evangelio del hipnotismo, se convierten desde ahora en el
arte libremente ejercitado por toda persona que siente inclinación o vocación;
si, desde ahora, como lo desean los votos de que ya he hecho mención al
principio de este trabajo, son puestas en práctica metódicamente, en ciertas
sociedades de aficionados, para el llamado progreso de la psicología, una
empresa semejante, aunque sólo fuese bosquejada ¿no ofrecería un peligro real
que el tiempo no haría más que agravar?
Desde que Liegeois ha demostrado con sus
experiencias que era posible sugerir un delito a una persona, delito que esta
cometía ya sea en el estado de sonambulismo, ya sea en virtud de los efectos
posthipnóticos, sin darse cuenta del motivo real que le
hacía obrar, desde que ha demostrado que la
sugestión podía igualmente conducir a una persona a declararse culpable de un
delito, sin que lo fuese en realidad, los médicos y los juristas se han ocupado
mucho de la hipnosis desde el
punto de vista del derecho penal y
del derecho civil. Tampoco han faltado proposiciones o edictos, como en
Bélgica, sobre medidas de precaución
legales contra la sugestión. No es dudoso que se pueda, en ciertas
ocasiones hacer desempeñar un papel a la hipnosis en determinadas cuestiones de
la justicia criminal y de la justicia civil, cuando se trata de formar un
juicio sobre la naturaleza real de un hecho, por ejemplo de un crimen, o cuando
se está en el caso de preguntarse
si una persona ha realizado
un acto en plena libertad o
bajo la influencia de una práctica ilegal. Lo que lo
demuestra superabundantemente, no son tan sólo las experiencias hechas
intencionalmente en este punto con hipnóticos, sino también las experiencias
que precedieron de mucho tiempo al estudio oficial de las cuestiones de
hipnotismo. Sin embargo, me parece que a este respecto, los peligros con que
nos amenaza el hipnotismo son del número de aquellos que no necesitan ser
combatidos por medio de una ley especial, y contra los cuales las leyes
existentes, si se las aplica razonable y prudentemente, ofrecen una
protección suficiente. Es preciso, además, que el juez de
instrucción y el juez propiamente dicho, conozcan los fenómenos engendrados por
la hipnosis y la sugestión, a fin de que se hallen en estado de distinguirlos
de otros fenómenos y de
darse cuenta eventualmente si no se trata de
una simulación, siempre posible aquí. En una palabra. les será necesario unir
al juicio formado sobre la naturaleza de un hecho, todas las circunstancias que
pueden engendrar los estados hipnóticos.
A esta parte jurídica de la cuestión se une
no obstante el punto de vista ético que, también, exige una vigilancia
pública y, en ciertas circunstancias, una protección pública. La hipnosis es un
estado en que el libre albedrío se encuentra abolido y en el que la voluntad
personal se convierte en el instrumento dócil de una voluntad extraña. Desde
luego se concibe que un perjuicio de tal gravedad, llevado
a lo que constituye la esencia propia de la
persona lidad, aun siendo pasajero
y no dejando
tras sí
consecuencias fastidiosas, no podría estar
autorizado en sí y por sí, y que sólo está justificado allí donde deba servir
como medio para la obtención de un resultado importante. Los defensores más
calurosos del hipnotismo reconocen que en algunos casos este remedio no podría
ser aplicado contra la voluntad del hipnótico. Pero, con más frecuencia
domina la opinión de que las cosas cambian de aspecto desde que el interesado
da su consentimiento. Todo el mundo, se dice, puede hacerse hipnotizar, por
poco que el fin con que se hace no sea ilícito. Así pues, en el caso, sobre
todo, en que alguien consiente en dejarse hipnotizar por amor a la ciencia, la
cosa no importa absolutamente a nadie más que al sujeto.
Mas aunque la hipnotización fuese un
procedimiento del que en ninguna circunstancia se pudiesen temer consecuencias molestas, no
subscribiría yo esa opinión. Abstracción hecha de los casos que reconoce
positivamente la ley, y en los que se trata de la existencia del individuo o de
la comunidad, nadie en opinión mía, es bastante dueño de su persona para
poderse poner, sin condiciones, bajo la autoridad de otro y de mudo tal que no
le sea posible sacudir por su propio albedrio en cualquier instante, el yugo
voluntariamente aceptado. La legislación actual no tolera la esclavitud; no la
admite siquiera, y con razón, aun en el caso en que alguien se declara
dispuesto a hacerse por su voluntad esclavo de otro. Sin duda, la dependencia
en la cual el hipnótico se encuentra con respecto del hipnotizador no es más
que una esclavitud temporal; pero mientras exista, constituye una esclavitud
con circunstancias agravantes, por que quita al esclavo, no . sólo el derecho a
obrar, sino también la posibilidad de obrar por su propia voluntad. De todas
las relaciones que puedan ligar al hombre con el hombre, esta es la más
inmoral, pues hace de uno la máquina del otro. Y no es únicamente cuando el
hombre convertido en máquina sirve para fines inmorales, sino que esa relación
como tal e independientemente de la manera como se la utiliza, es inmoral. Pues
las cosas no cambian, porque sea esa relación libre o forzada en su origen.
Lo mismo sería, aun cuando se demostrase que
la hipnosis no trae consigo, en toda ocasión, ninguna consecuencia desagradable
ya sea para la salud, ya sea para el estado psíquico de la persona hipnotizada; y no tan sólo semejante demostración
no se ha hecho, sino que por el contrario, él peligro de las hipnotizaciones repetidas
debe parecer patente a cualquiera que compruebe, sin prejuicios, los hechos
expuestos, y esto a pesar de las protestas de los hipnotizadores cualesquieras
que no tienen voto en el capitulo, y de muchos médicos que aplican el hipnotismo.
Estos últimos pretenden no haber observado, tanto de un modo general, como
cuando se toman las precauciones necesarias, un efecto capaz de perjudicar a la
salud. Sin embargo, todos los observadores están de acuerdo en reconocer dos
síntomas, de los cuales el primero tiene una influencia física perjudicial,
y esto en un grado elevado, y el segundo, seguramente tiene una influencia física
peligrosa.
El primer síntoma consiste en que la
repetición de las hipnotizaciones facilita y acentúa las
influencias. Es cosa sabida que sólo muy rara vez se consigue, en la primera
sesión, llegar a los grados sonambúlicos superiores de la hipnosis; pero
también es raro que después de ensayos frecuentemente repetidos no se consiga,
hasta el punto que, una persona poco impresionable al principio se transforma
en muy impresionable. Se sabe igualmente que el tiempo y el trabajo en conducir
a alguien al sueño hipnótico disminuye cada vez más. En sus enfermeros
habituados a las hipnotizaciones, Forel provoca ordinariamente en pocos
instantes, con una simple orden de que duerman, acompañada de la fijeza de la
mirada, el letargo y el sonambulismo.
Ningún
fisiólogo negará que se revela, en esos
resultados del ejercicio, una disminución cada vez mayor de la fuerza de
resistencia del sistema nervioso central con respecto a las influencias
externas, y que esta disminución no puede operarse sin introducir
modificaciones permanentes en las propiedades funcionales de ese sistema. Pero
la separación producida así entre la resistencia normal y la resistencia
anormal constituye, sin duda alguna, un estado enfermizo, por las mismas
razones que lo es el sonambulismo espontáneo. La cuestión de saber hasta qué
punto la fuerza de resistencia del cerebro, disminuído en estas proporciones,
deja huellas en sus facultades activas, ha quedado sin respuesta hasta hoy. Y
no es tan sólo la posibilidad general, sino hasta la probabilidad de esas
modificaciones lo que hay que admitir, en virtud del principio general que dice
que todo apartamiento del estado fisiológico normal de un órgano encierra en sí
una disposición a otras perturbaciones. Del mismo modo que la narcosis
provocada una vez por la morfina puede desaparecer sin dejar rastro
comprobable, se sabe también que el uso repetido de la morfina deja detrás de
sí, sin duda, una modificación patológica; de igual manera estamos autorizados
a temer por parte de la hipnosis consecuencias análogas, sea o no en grado
diferente y por otra vía. Decir que, durante la hipnosis, se trata de una
acción no substancial sino funcional ejercida sobre el sistema nervioso, no
constituye una objeción. Pues los hechos fisiológicos y patológicos prueban
igualmente que los efectos puramente funcionales pueden dar origen a
modificaciones substanciales constantes.
Asi como la facilidad con que un individuo hace cada vez más hipnotizable indica una o cuencia físíca, así
también un segundo síntoma, decir la sugestibilidad, en el estado de
vigilia, que traen consigo las hipnotizaciones frecuentes, indica una
consecuencia psíquica. Se
ha comprobado con frecuencia que las personas frecuentemente hipnotizadas y
puestas en estado de sonambulismo, se hacen en alto grado capaces de
experimentar la sugestión. Estas personas como dice Bernheim "realizan
todas las ideas que se les sugiere, todas las imágenes sensoriales que se
despierta en ellas; una simple invitación las transforma en alucinadas".
Las "alucinaciones
retroactivas"
es decir, las ilusiones del recuerdo son sobre todo las que se puede
engendrar fácilmente, en semejante caso, en el estado de vigilia. Las
observaciones que nos ofrece
Bernheim a este respecto son instructivas en alto grado. Me contentaré
con citar un ejemplo. Bernheim hace una sugestión a una persona, hipnotizada
con frecuencia, de su clínica; sin haberla dormido de antemano, le sugiere que
un médico, presente se ha cruzado con ella en el camino el día anterior, le ha
dado algunos bastonazos y le ha robado el dinero del bolsillo. En seguida el
enfermo repite el relato, con la
convicción de que las cosas han ocurrido así, y sostiene lo que dice contra
toda negación. Bernheim se
vuelve entonces hacia tres ninos que
se hallan presentes a esta conversación y a los
que ya ha hipnotizado con frecuencia, y les
sugiere que el paciente les ha hecho por la mañana el mismo relato. Los niños
lo afirman totalmente y añaden hasta la descripción de las circunstancias en
las que ha ocurrido el hecho, hallándose dispuestos, si es necesario, a
confirmarlo bajo juramento. Al día siguiente todavía, después de su salida de
la clínica, el paciente afirma, cuando se le ruega que conteste en conciencia y
se le llama la atención sobre la absoluta inverosimilitud de la historia, que
ésta es real y que recuerda perfectamente los diferentes detalles.
No comprendo cómo en presencia de semejantes
experiencias se pueda considerar a la hipnotización como un procedimiento
inofensivo. Es absolutamente claro que la resistencia moral de las personas se
encuentra aquí considerablemente disminuida. Se las conduce con la mayor
facilidad a considerar como vividos hechos contra los cuales protestarían
seguramente en estado de sana conciencia; se las impulsa con igual facilidad a
realizar actos que consideran como justificados y necesarios, y contra los
cuales su sentido moral, en el estado de libertad normal, se rebelaría con
indignación. Aunque se probase que la hipnotización repetida no trae ninguna
consecuencia desagradable, no por eso la lesión moral sería menos posible en
las personas hipnotizadas. Creo además, que no hay fisiólogo ni psicólogo que
se imagine en la actualidad que una modificación moral de ese género pueda
manifestarse, en semejante caso, sin producir las modificaciones
correspondientes en la actividad normal del
cerebro.
No concluyo que haya de renunciarse al
hipnotismo siempre y en toda ocasión. Pero creo que su aplicación está
sometida, en todos los casos, a una condición indispensable que es ésta:
es preciso que se puedan alejar todas las perturbaciones enfermizas; el
alejamiento de las circunstancias peligrosas es de un interés vital. La
hipnosis y la sugestión reunen en ellas, como muchos otros remedios,
propiedades del remedio y una acción funesta. Aunque el uso habitual sea muy
peligroso para la salud, la morfina y el arsénico no dejan de ser remedios. Lo
mismo sucede con la hipnosis (3). Unicamente el médico se halla en estado de
dar las indicaciones que necesita su empleo y de dictar al misino tiempo las
precauciones que hayan de tomarse para evitar, en lo posible, las consecuencias
desagradables. La práctica del hipnotismo por los aficionados sin instrucción
médica y con un fin llamado científico, tal como en nuestros días la preconizan
pretendidos psicólogos, y tal como ocurre con frecuencia, me parece constituir
un exceso grosero, que desde el punto de vista de la policía sanitaria y de la
policía de las costumbres, no se debía tolerar.
Para escapar a las objeciones opuestas contra
la práctica del hipnotismo por gentes incompetentes, se ha pedido a veces que
se permitiera a los psicólogos, no familiarizados con los conocimientos
médicos, proceder a las experiencias hipnóticas en compañía de un médico. Pero
como los estados de sonambulismo profundo,
provocados por la hipnosis repetida, son los únicos que tienen algún
interés para el psicólogo, se evitarían sin duda, en cada hipnotización, los
accidentes directos y desagradables, pero de ningún modo las consecuencias
perjudiciales que deja tras si el hábito de la hipnosis, y que se manifiestan
en la disminución de la resistencia nerviosa y moral. Que esas consecuencias se
declaren en presencia o ausencia del médico, viene a ser indiferente.
Aproximadamente se podría reclamar, aduciendo idénticas razones, la libertad,
para los psicólogos aficionados, de establecer, bajo la inspección de la
medicina, un hospicio de alienados destinado a sus experiencias científicas.
¿No es interesante, con efecto, para la psicología observar locos, personas
atacadas de enfermedades de los nervios o del cerebro? En verdad, sería siempre
preferible que fuese un médico versado en psicología el que se ocupara de esta
parte de la observación psicológica. Nadie reprochará nunca al psicólogo el que
quiera convencerse, por una observación personal, de los fenómenos que le
interesan; pero que visite en ese caso las clínicas de alienados y los hospitales.
Mientras se conforme al reglamento que tiene por fin supremo la curación del
enfermo, se le recibirá como un huésped. Además, el enfermo no es tampoco para
el psicólogo un objeto de experiencia, como no es para el fisiólogo un objeto
de vivisección. Afortunadamente no estriba en eso la salvación de la
psicología. La psicología encuentra en el análisis de los fenómenos de la
conciencia normal una materia tan amplia, tiene además medios de
experimentación tan diversos, medios cuyo
empleo no la conduce al terreno extraño para ella d medicina práctica, ni la
pone en el peligro de tener quebraderos de cabeza con la policía sanitaria y la
policía de las costumbres, que puede decentemente remitirse, para la
observación de la hipnosis, a los derecho-habientes, a los médicos que
se sirven de ella con un fin curativo.
En verdad, como lo demuestra suficientemente
la historia del movimiento hipnótico en psicología, no es tan sólo un interés
científico el que ha hecho reclamar la práctica libre de las experiencias hipnóticas,
sino la tendencia al ocultismo, que constituyendo ya una parte
importante de las corrientes intelectuales de nuestra epoca, se ha apoderado
también, por razones fáciles de comprender, de algunos filósofos y de algunos
psicólogos. Ahora bien, justo es que la filosofía conserve las huellas, no
simplemente de los progresos científicos de su época, sino también de sus
errores y de sus extravíos. Así como se mira al hipnotismo como "el
vestíbulo de los misterios más profundos" del ocultismo, así muchos
representantes de la psicología del hipnotismo consideran a la sugestión como
el medio de llegar, con ayuda de las acciones a distancia, de la clarividencia
y de la materialización del espíritu, a establecer una psicología mística. Aun
al tratarse de los representantes moderados del hipnotismo que no admiten esas
locuras supersticiosas, se pueden reconoces, por
ciertas manifestaciones, ligeras huellas de esas corrientes ocultistas; se comprueba
primeramente en
el valor exagerado y fuera de proporción con
los resultados reales que reconocen a la psicología del hipnotismo,
frecuentemente también en la tendencia que tiene a hacer hipótesis fantásticas,
que consideradas más de cerca, se revelan como repeticiones rudimentarias de
ideas supersticiosas, a la vez conocidas y umversalmente extendidas.
Consideradas desde el pinto de vista de la
historia de la civilización, las ciencias ocultas son de un gran interés, y
creo que sería una parte atractiva de la psicología popular esta investigación
del ocultismo en sus diferentes formas y las fases múltiples de su evolución.
Pero así como no nos asiste el derecho de esperar del médico, que estudia con
un interés absolutamente científico los síntomas de la enfermedad en el
paciente que desee la agravación de esos síntomas, tampoco podemos partir de
ese amor a la historia, para ampliar los resultados y apresurar el paso de la
ciencia moderna en esa vía absolutamente patológica.
FIN
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