NOTAS DEL CAPÍTULO IV
(1) Tomshon Jay Hudson
replica así a esta observación :
"El valor del testimonio
en la criminalidad, conseguido por medio del hipnotismo, ha sido objeto de
discusión empeñada por aquellos que prestan atención especial al aspecto legal
del asunto.
"Suponiendo que un
individuo haya sido hipnotizado e inducido a cometer un crimen, se presentí la
duda del medio de que. hay que valerse para probar su culpabilidad si se declara autor del delito.
"¿Qué prueba se puede
obtener y cuál es su valor una vez
obtenida?
"Como nos parece haber
demostrado (véase la nota siguiente) que es completamente imposible inducir a
la comisión de un crimen valiéndose de la sugestión hipnótica, no hay para qué
volver ahora sobre el mismo punto.
"Resulta evidente que
una vez demostrado el poco valor de la prueba y, por lo tanto, su falsa base,
es inútil discutir respecto a los medios y maneras de obtenerla en que puedan
apoyarse los tribunales de justicia. Sin entrar en otras disquisiciones, nos
limitaremos a alirmar que carece absolutamente de valor el testimonio aportado
por un sujeto en estado hipnótico, cuando se refiere a alguna pregunta de
capital importancia atañente a la culpabilidad o inculpabilidad de él o de sus compañeros.
"Es creencia general en
el vulgo, que ya viene de antiguo, que un sonámbulo dice siempre la verdad y
que por él pueden averiguarse los secretos que descubrirá mientras duerma. Lo
mismo se asegura con
referencia
al sujeto en estado
hipnótico, y en esta hipótesis se basan los que suponen un gran valor a su
testimonio. Cierto que en las preguntas corrientes, la mente subjetiva contesta
siempre la verdad, y que en estado de hipnosis un sujeto dirá lo que no diría
despierto; pero no es menos cierto que jamás revela un secreto importante, por
razones que ya se han dado en páginas anteriores. El instinto de conservación,
vigilante siempre en evitación de . todo peligro que amenace al individuo, se
lo impedirá. La autosugestión instintiva desempeña su papel, y no hay-sugestión
extraña que la venza. Si para defenderse necesita mentir, mentirá sin
vacilación y con aplomo y todo género de detalles, con que logrará despistar al
juez más avisado.
"De lo que antecede se
desprende claramente (?) que el testimonio de un sujeto hipnotizado no puede
tener valor ante un tribunal de justicia, y no ofrece ni siquiera una sola de
las condiciones que se requieren para tomarlo en consideración
como tal testimonio."
Respecto a esto, son curiosas
las experiencias hechas por diversos
abogados y médicos.
M. Liégeois sugirió a una
señora a quien había hipnotizado, la idea de hacer una declaración a la
policía. Le dijo que al despertar vería entrar a un individuo de mala catadura
que le propondría que le comprara a vil precio seis cupones de obligaciones del
Estado robados, y que al rehusar ella indignada los dejaría sobre un mueble,
marchándose y manifestando que ya no los quería; entonces la señora tomaría los
cupones, pero por miedo de ser acusada de complicidad en el robo, los llevaría
en depósito a M. Liégeois en presencia de testigos. La alucinación se produjo
al despertar según el programa trazado.
A otra hipnótica, el mismo
experimentador le sugirió en presencia de varios magistrados toda una escena de
las más dramáticas. Se trataba de una conversación que ella había oído (en
hipótesis) y en la cual un incendiario contaba a otro picaro de su especie la
manera cómo había llevado a cabo su crimen y cómo se había aprovechado de él
para robar quinientos francos. El segundo quiere aprovechar esta confidencia
para forzar al primero a que
le dé parte de la cantidad
robada: negativa, amenaza de denuncia, disputa, riña violenta, huida de la
señora testigo de aquella escena. Al despertar, uno de los magistrados la
interroga, ella presta juramento de decir la verdad, toda la verdad, nada más
que la verdad, y cuenta con todos sus detalles la alucinación sugerida.
(2) M. Liégeoís, profesor en
la Facultad de Derecho de Nancy, en una Memoria presentada a la Academia de
Ciencias Morales y Políticas, de París, anunció con gran lucidez la mayor parte
de los problemas que el hipnotismo puede presentar a la justicia. Con numerosas
observaciones en extremo interesantes, demostró que es posible hacer aceptar a
los hipnóticos sugestiones de gran número de actos delictuosos o criminales, y
de la posibilidad de delitos o crímenes experimentales dedujo con absoluta
lógica la posibilidad de los mismos delitos y los mismos crímenes en la vida
real bajo la influencia del sueño provocado.
Esta opinión la rebate de la
forma siguiente:
"Existe disparidad de
criterio respecto a los perjuicios y daños que pueda ocasionar una sugestión
criminal contra las personas y la propiedad.
"Liegeois, que ha
estudiado la parte legal del hipnotismo en forma científica, afirma que el
peligro es muy grande, en tanto que Gilíes de la Tourette, Pedro Janet,
Benedikt y algunos otros lo niegan en
absoluto.
"Es indudable que puede
hacerse cometer a los sujetos, en el gabinete de estudio, todo género de
crímenes imaginarios. Por lo que a mí se refiere, pocas veces he hecho esta
clase de sugestiones y no es, por lo tanto, grande mi experiencia en la
materia, pues he tenido en cuenta que no vale la pena de insistir sobre
fenómenos que han sido comprobados, y no es agradable en modo alguno
provocarlos. No creo, sin embargo, que las sugestiones criminales perjudiquen
la moral del sujeto, pues pueden ser negativas y olvidarse de ellas. Además,
esos experimentos de gabinete, en mi concepto, no prueban nada, porque siempre
le queda al sujeto un poco de conciencia que basta para hacerle comprender que
está representando una comedia (como opina Franck Delbocuf) y, por lo tanto,
ofrecerá alguna resistencia. Como casi siempre se da cuenta de su
verdadera situación, no se opondra a atacar
a una persona con un cuchillo
de cartón, pero seguramente no lo haría con un verdadero cuchillo de acero.
Esto nos hace suponer que los experimentos llevados a cabo por Liegeois,
Foreaux y otros en sus gabinetes, no prueben lo que ellos dan como
probado."
No son muy convincentes las
razones de Moll, pero no queremos omitirlas de todos modos, por si tuviesen
algún valor.
Jay Hudson, apoyándose en la
fuerza de la autosugestión, sostiene que a un hombre honrado no puede
sugerírsele la idea de un crimen, porque entre dos sugestiones contrarias
prevalece siempre la más fuerte, y ésta es en el sujeto hipnótico de principios
morales, la de horror al crimen.
A propósito de esto sienta la
siguiente afirmación:
"Las manifestaciones de
la voluntad que nacen del carácter personal del sujeto, ofrecen el mayor
interés psicológico. Cuanto más repugne un acto a sus convicciones, mayor es la
resistencia a realizarlo (Forel). En todo esto representa un gran papel Ja
costumbre y la educación; generalmente es muy difícil sugerir con buen éxito
algo que se halle en oposición manifiesta con los hábitos del individuo. Se
pueden hacer sugestiones a un católico que se someterá a ellas, pero cuando se
le obliga a hacer o decir algo contra su credo se resiste y se niega.
Igualmente influye mucho el medio ambiente. Con frecuencia rechaza un sujeto
una sugestión que le ponga en ridículo. A una mujer a quien hago adoptar
fácilmente posiciones en estado de catalepsia y ejecuta movimientos sugeridos,
no he logrado hacerle sacar la lengua en presencia de varios espectadores.
"Pitres relata el caso
de una joven que no se
dejaba despertar porque le había sugerido que al hacerlo perdería el habla.
Declaró terminantemente que no despertaría hasta tanto que no se la libertara
de esa sugestión.
"Pero hasta cuando ésta
se acepta como tal, es muy frecuente que encuentre abierta resistencia al tener
que ejecutar el acto ordenado al salir de la hipnosis. Esta resistencia se
manifiesta unas veces con movimientos tardíos, y otras con la más decidida
negativa a realizar lo que se le ordenó.
"Cuanto más repugne la
acción sugerida, mayor probabilidad existe de que no se ejecute."
Contra estas afirmaciones del
autor americano, están los numerosos casos que se citan en obras de indudable
autoridad.
En Francia es conocida la
historia que refiere M. Próspero Despine de aquel mendigo llamado Castellan,
que fué condenado en 1865 por la Audiencia del Var por estupro de una niña.
Aquel individuo, enfermo, repulsivo, simulando la sordo-mudez, se había hecho
pasar por un enviado de Dios, investido del poder de hacer milagros, haciendo
gesticulaciones cabalísticas, impresionó vivamente a Josefina H***, en cuya
casa recibió un día hospitalidad. En un momento en que la encontró sola, logró
ejercer tal fascinación sobre ella, que cayó en letargía, de lo que él se
aprovechó para hacerle sufrir los últimos ultrajes. Vuelta en sí, siguió estando
bajo el imperio de la voluntad de Castellan que la arrastró consigo y abusó
durante varios días de su poder de hipnotización para renovar sus atentados.
De lo que ocurre en el
sonambulismo espontáneo, puede lógicamente deducirse que las mismas cosas pueden
ocurrir en el sonambulismo provocado o en otra fase hipnótica cualquiera. Y los
hechos de atentado contra las sonámbulas espontáneas no son raros. El Dr. Luys
ha observado dos casos, ambos seguidos de preñez en las dos desgraciadas
víctimas. Los doctores Mabille, Bellanger, Macario y otros, refieren
violaciones análogas.
Uno de los sujetos de M.
Bernheim, dio lugar a la siguiente experiencia:
"Le he enseñado — dice
el profesor de Nancy — junto a una puerta un personaje imaginario, diciéndole
que aquel personaje le había insultado; le doy un pseudo-puñal (un cortapapeles
de metal) y le ordeno que vaya a matarle. Se precipita y hunde resueltamente el
puñal en la puerta. Luego permanece con la mirada fija, extraviada, temblando
todos sus miembros. La intervención de las personas presentes dio un sello
singularmente dramático a aquella experiencia. El sonámbulo interrogado no
encuentra más que una respuesta: "—¡Me ha insultado! —¡Pero no se mata un
hombre por un insulto! ¿No podría darse el caso de que sufriera usted alguna
alucinación? —¡ No, señor !
—A veces cae usted en
sonambulismo; ¿ no podría ser que hubiese obedecido a un impulso
extraño? —No, señor; he
obrado por mi propia iniciativa;
¡ me ha insultado!"
Una vez despierto, no le quedó
ningún recuerdo de aquella conmovedora escena.
El doctor Cullérre, de quien
tomamos algunas de estas citas, acaba por decir a este respecto:
"Sin embargo, desde hace
algunos años se ha movido exagerado ruido acerca de lo que se llama algo
enfáticamente el peligro hipnótico, sin aportar, no obstante, el más
pequeño ejemplo de crimen sugerido. En teoría, la existencia de tal peligro
puede evidentemente sostenerse, pero en la práctica es poco menos que
imaginario. Aparte las
violaciones de que realmente
pueden
ser victimas las mujeres hipnotizadas, el conjunto
de circunstancias propicias al cumplimiento de un crimen hipnótico es casi
imposible, y la ejecución de un crimen tal no daría ninguna seguridad a su
autor, que no tardaría en ser descubierto. Por otra parte, la sugestión no
tiene la omnipotencia que se le supone, el número de personas capaces de sufrir
pasivamente su imperio es infinitamente menor de lo que muchos se complacen en
decir, y la sonámbula a quien se hace asesinar a un hombre en alucinación
obedece porque sabe, aunque inconscientemente, que se trata de una simple
experiencia."
(3) En 1922, podía leerse en la prensa mundial.
"Un profesor de la
Escuela de Psicología, de París, el doctor Pedro Vachet, ha hablado
públicamente en la sala de la Sociedad de Geografía, del hipnotismo y de la
sugestión en el arte de curar, tema de actualidad que apasiona en estos
moméntos en los centros médicos.
"¿Cómo puede la
sugestión obrar e influir sobre los órganos enfermos?, dijo el doctor Vachet.
Este problema misterioso
puede explicarse de la siguiente manera. El cerebro, influenciado, transmite,
por mediación de lo inconsciente, órdenes a los órganos. Como no existe una
sola función que no esté bajo la dependencia del sistema nervioso, no existe
tampoco función orgánica que no pueda recibir la influencia de la sugestión y
ser modificada por ella. Por ello no existe enfermedad en la que no pueda
intervenir útilmente la sugestión hipnótica, ya directamente, ya
incidentalmente, pues en toda enfermedad el factor moral desempeña un papel
preponderante.
En las afecciones llamadas
nerviosas: neurastenia, psicastenia, neurosis; en todos los estados de
depresión mental, la sugestión desempeña el papel de un verdadero suero mental,
cuya acción es inmediata.
He visto recientemente una
infeliz mujer a la que los disgustos, las privaciones prolongadas, habían
aniquilado moralmente y puesto en vías de desesperación con tendencia al suicidio.
Dos sesiones fueron
suficientes para hacerla renacer a la vida.
Todos los náufragos de la
voluntad, toxicómanos, alcohólicos, cocainómanos, morfinómanos, pueden salvarse
por este maravilloso tratamiento.
Los beneficios de la
sugestión se manifiestan en las esferas de la educación, donde hay que luchar
contra el carácter, las tendencias, las deformidades nativas, psíquicas y
morales.
He
de señalar el caso reciente de un joven perezoso, embustero y hasta ladrón,
quien, bajo la influencia de la sugestión, se convirtió en un hombre normal,
con su actividad cerebral bien ordenada. Gracias a esta ortopedia
sugestiva, los malos
pensamientos desaparecen, el espíritu se abre a la idea del bien, e incluso las
aptitudes profesionales pueden desarrollarse.
Constituye la sugestión un
remedio incomparable contra el trac de los artistas, esta sensación de
temor que experimentan al entrar en escena y que aminora su talento. Si se
trata de un comediante, le memoria le falla. Si es un cantante, la garganta se
contrae y la voz surge con poca seguridad.
El método en sí es muy
simple. Para ejercer la sugestión en un espíritu, le ponemos en un estado de
pasividad que permite a lo inconsciente de obrar sin las trabas de lo
consciente. Hay dos especies de sugestión: la autosugestión, que se ejerce,
repitiendo, casi maquinalmente, en los instantes que preceden al sueño, en que
el ser consciente está ligeramente aletargado, la idea que deseamos ver
realizada, y la sugestión que se llama ordinariamente hetero-sugestión.
Después de haber aceptado las
ideas que le son sugeridas, el sujeto las asimila y su inconsciencia lleva a
cabo, solo y progresivamente, el trabajo de asimilación del que viene la
curación.
En una palabra: podemos
llegar a ser verdaderos araos de nuestras facultades y de nuestro cuerpo."
Y por si esto no bastaba, he
aquí un curioso relato en comprobación de lo anterior, también leído en las
publicaciones científicas de 1922:
"El doctor Kennetn
Campbell ha señalado un notable caso de curación de un ciego por autosugestión,
que ha preocupado mucho a los
médicos ingleses.
El sujeto curado se quedó ciego
manipulando hilos eléctricos. El doctor Campbell, a quien fué llevado para su
examen, dictaminó que SU enfermedad era de origen puramente nervioso e
imaginario, porque el paciente estaba dominado por la idea fija de que había
perdido la vista para siempre.
Partiendo de este principio,
el doctor Campbell lo fué persuadiendo poco a poco de que su vista mejoraba de
día en día, sugestionándolo así gradualmente, con el concurso de la madre del
enfermo, la que le dirigía cartas expresando su alegría por haberlo encontrado
mejor en cada una de sus visitas. Sugestionado así, el ciego fué recobrando
efectivamente la vista poco a poco, y al cabo de un mes de este tratamiento
llegó a ver con gran claridad.
Este caso ha reavivado la
discusión entablada por los médicos sobre el poder de la autosugestión, con
motivo de haberse imputado a ella una muerte ocurrida recientemente en la
parroquia de Shoredtch.
El muerto había manifestado
muchas veces la intención de ahorcarse. La víspera de su muerte se le había
sorprendido echándose un lazo corredizo al cuello. Al día siguiente se le
encontró inanimado sobre su cama, sin señal alguna que indicara la causa
de su fallecimiento.
No había sido seguramente ni
ahogado ni estrangulado. Los médicos forenses que lo examinaron discutieron en
sus dictámenes, favorables unos y contrarios otros a la hipótesis de la muerte
por autosugestión.
—Mi opinión—dijo uno—es que
el sujeto se ha contentado con ponerse sobre el cuello desnudo un pañuelo de
bolsillo con idea de que iba a morir y así se dio poco a poco la muerte. Por lo
demás, no es la primera vez que yo he visto a un enfermo persuadirse de que
moriría en un plazo determinado y morir en la fecha prevista.
—Esto es evidente—afirmó otro;—yo
conozco lo que
pasa en Oriente. Los indios
se dan corrientemente la muerte por sugestión. No se sabe de modo preciso cómo
ello ocurre; pero hay que pensar que la voluntad de morir basta para detener
los latidos del corazón. Sabido es que el profesor Coné enseña a sus enfermos a
recobrar la salud por autosugestión. A tal efecto les dice: "Repetid todos
los días la misma fórmula, muchas veces"; la fórmula es ésta: "Cada
día me siento mejor..." Si basta repetir esto para aumentar la vitalidad,
ha de bastar igualmente para perder la vida repetir todos los días lo
contrario: "Cada vez me
siento más cerca de la muerte".
Pero un eminente especialista
de enfermedades del corazón ha declarado rotundamente que ningún hombre se ha
dado jamás la muerte por autosugestión.
—La voluntad de morir—afirma—no
puede por sí sola producir la muerte. La autosugestión no debe ser confundida
con el choque nervioso, siempre independiente <le la voluntad, que
puede detener el funcionamiento del corazón. El sujeto de que se trata ha
muerto seguramente por uno de estos choques. El esfuerzo infructuoso que hizo
para ahorcarse la víspera de su muerte le produjo una conmoción interna, y como
sufría ya debilidad del corazon, el choque nervioso consecutivo a su tentativa
le produjo la muerte. Cuanto a los indios, cuyos suicidios por un supuesto
método de autosugestión son invocados, mueren, en realidad o porque se dejan
morir de hambre, o porque se ponen en la imposibilidad de respirar, pues
siempre existe una causa fisiológica
de la muerte.
Esta interesante cuestión
científica ha interesado profundamente a la opinión pública, constituyendo uno
de los preferentes temas actuales de los periódicos británicos, en los que los
médicos la discuten apasionadamente."
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